
Labios. No ve nada más. No puede mirar a otro sitio. Esos trozos de carne húmeda y rosada le hipnotizan. Su cerveza yace, caliente, en la copa. Su cigarrillo se consume, abandonado, en el cenicero transparente. Y esa boca roja, que se entreabre para recibir, complaciente, el trago de vino que su dueña le regala, le absorbe. Se funde, se vuelve líquido. Su forma iguala la de la copa que sus manos sostienen. Siente esos labios sobre su piel. Le beben. Le acarician. Le aman.
Se los imagina, golosos, recorriendo su pecho; deslizando la lengua por su estómago, rozando suavemente su pene erecto, introduciéndoselo, chupándolo, sorbiéndolo,... Inventa su mirada indecente mientras sigue moviendo la boca arriba y abajo, recorriendo incansable su miembro. En la intimidad de su mente, crea una imagen perfecta del momento cumbre, cuando el orgasmo provoca una estampida de placer y ella bebe, ávida, sin dejar escapar ni una sola gota.
Se los imagina, golosos, recorriendo su pecho; deslizando la lengua por su estómago, rozando suavemente su pene erecto, introduciéndoselo, chupándolo, sorbiéndolo,... Inventa su mirada indecente mientras sigue moviendo la boca arriba y abajo, recorriendo incansable su miembro. En la intimidad de su mente, crea una imagen perfecta del momento cumbre, cuando el orgasmo provoca una estampida de placer y ella bebe, ávida, sin dejar escapar ni una sola gota.