Él se acercó a la chica y se tumbó a medias sobre ella para poder acariciarle los pechos a gusto, atrapando sus pezones entre los dedos, mordiéndolos, apretándolos hasta el punto de dolor placentero que tanto le gustaba. Laxa y obediente, se dejaba hacer entre gemidos y suspiros, rozando con las uñas la espalda de su amante, acariciando todo lo que sus manos lograban alcanzar.
Dirigió sus dedos hacia el sexo cada vez más mojado y deseoso de caricias y empezó a tocarle el clítoris suavemente, casi imperceptiblemente, dando rodeos para intensificar la sensación de anhelo. Mordió su cuello, sus labios, sus brazos; endureció sus caricias, dando paso a los pellizcos y resbalando en la humedad de la pasión. Con una sonrisa pícara y maliciosa, cogió con fuerza los pezones de la chica y tirando ligeramente de ellos le dijo:
- Ponte a horcajadas sobre mí. Tengo hambre.
Empezó a deslizar su lengua desde el ombligo hasta las nalgas, mordiendo todo lo que quedaba a su alcance, transformando los gemidos en gritos que rompían el silencio. De pronto, aprisionó el clítoris entre los dientes, inmovilizándola y jugando a introducir sus dedos en la vagina; ella contrajo sus muslos, enterrando la cabeza de su amante en su sexo, hasta estallar en convulsiones, movimientos serpenteantes y ronroneos guturales.
Aprovechando el orgasmo femenino, él se liberó del abrazo de los muslos sudorosos y se colocó detrás de ella de rodillas. Su pene volvía a estar en plena excitación, así que lo colocó suavemente junto a los labios dilatados. Ella no se movió; sabía que lo hacía para que se recuperase del orgasmo y para provocar un segundo clímax alucinante, así que se concentró en evitar el movimiento instintivo y esperó mientras él le acariciaba el trasero y le metía lentamente un dedo por el culo, lubricándolo con los fluidos que ahora recorrían su miembro. Poco a poco fue metiéndole y sacándole el dedo, añadiendo otro cuando veía que la lubricación era suficiente. La ayudaba a contenerse cogiéndola del pelo para que mantuviera la espalda arqueada. Podía sentir los pálpitos del clítoris en su glande, la piel erizada y la respiración acelerada de la chica.
Cuando vio que ella estaba completamente lubricada por detrás la penetró varias veces y luego se retiró para observarla. Podía ver su sexo humedeciendo sus muslos, esperándole; y ella, juguetona, arqueando la espalda para mostrar su cuerpo en todo su esplendor. Pero él quería algo más. Volvió de nuevo a la estrechez que tan bien le había acogido antes y empezó a moverse pausadamente, incrementando el ritmo paulatinamente; sin dejar de pellizcar y acariciar el clítoris, advirtiendo como sus dedos se escurrían entre la sedosa piel empapada. Cuando supo que se acercaba el final, agarró las nalgas de la chica con fuerza y se derramó en sus entrañas, sudoroso y febril.
Retirándose muellemente, le susurró al oído que se recostara en las almohadas y abriese las piernas para poder conducirla al segundo orgasmo. Sin dudar, ella se dio la vuelta y se reclinó, brindándole una mirada licenciosa e impúdica, completamente sumida en las aguas de la fogosidad.
(Continuará...)