
Venus notaba, a pesar del reciente acto amatorio, una ligera humedad incómoda entre los muslos, recuerdo del placer experimentado que, por controversia, le hacía desear más; más contacto de un cuerpo joven, más arañazos sobre la espalda blanca de un guerrero valiente, más embestidas de una virilidad recién estrenada en su propio dormitorio, más pelo rubio al que aferrarse mientras su cuerpo se tensaba en un arco casi imposible, desflorar a un joven adolescente inflamaba la lujuria que ardía en su interior hasta convertirla en un amasijo de inconfesables perversiones. Le habría gustado disfrutar un poco más de él, comérselo, respirarlo, agotarlo hasta que suplicase por su vida. Y ¿quién podría impedírselo?
Sus pensamientos eran translúcidos, y yo podía intuirlos porque ella me los mostraba, quizá con la esperanza de que le demostrara que no bastaba una noche para deshacerme, quizá pretendiendo aludir a mi orgullo, o quizá simplemente para dejar claras sus intenciones.
Se levantó, en el suelo quedaron los dorados y malvas que la arropaban, andó hacia mí, felina y sugerente, sus curvas danzando al son de una música imperceptible, alargó su mano y me rozó el pecho, una suave caricia que recreaba un amor inexistente, acercando su aliento a mi cuello, rodeándome con su perfume, enloqueciéndome, cegando mis sentidos a la razón, atándome a sus piernas, obligándome a arrodillarme para perder mi lengua en los recovecos inalcanzables de su sexo, enredando mi pelo entre sus dedos, llevándome al infierno de su lascivia, descendiendo para arrodillarse frente a mí y besarme, mordiendo mis labios, escarlata recorriendo mi nuca, poseyéndome con el rítmico resonar de su respiración entrecortada, escondiéndome del mundo en su abrazo, levitando en un bosque en penumbra, perdiéndome entre pieles cálidas y erizadas, confusas, sin saber dónde terminaba yo y empezaba su dulce feminidad.
Desperté recostado entre laureles, rodeado de nubes de algodón blanco, mi cuerpo repleto de cicatrices no batalladas, su voz cantando a lo lejos, engatusando con sus artes a otro amante al que atormentar con juegos tan complacientes como peligrosos. Una daga sobresalía de mi pecho tiñendo el tiempo de lenta muerte, indolora, casi placentera, cálido río devastador que cerraba mis párpados para devolverme al lugar del que me había rescatado. Se derrumbaron a mi alrededor los paisajes divinos y empezó a dibujarse el escenario de una cruenta guerra, una llanura en la que había recibido una puñalada hacía apenas unas horas, o quizá siglos,... qué más daba.
Estaré en Túnez hasta final de mes. Nos vemos en Octubre.
4 comentarios:
Un relato precioso...y disfuta de esos días en Túnez..por aquí esperaremos tu regreso..
Besos dulces ..
Feliz viaje, ya veo que te cuidas muy bien¡¡¡
Muchas gracias a ambos, ya estoy por aquí, así que pronto actualizaré con algo nuevo...
Besitos
Unas palabras que humedecen.
Buen blog. Espero regresar.
Pasala bien.
Besos...
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