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A todos los que os decidáis a hacerlo: Muchas gracias.
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Esta es la segunda parte de Una cena muy especial. También está íntimamente ligada con: Sms; aunque no hace falta leerla para seguir la historia.
Podía sentir cómo el pie de Pere subía por mi pierna y me acariciaba el muslo. Me estaba excitando, y casi sin darme cuenta mi mano se dirigió a la bragueta de Joan. Pilar, mientras tanto, permanecía ajena al juego que se desarrollaba bajo la mesa, que cada vez estaba más animado.
Pere ya había alcanzado mi entrepierna y se dedicaba a rozarme levemente y a animarme con la mirada a que me acercara a Joan. A mí todo aquello me empezaba a gustar y sin darme cuenta fui perdiendo el miedo a posibles repesalias, y me decidí a meterme de lleno en los pantalones de Joan para acariciar lo que ya era una erección con todas las letras, estaba duro, caliente, y sorprendentemente suave... ¡iba depilado! Fue un placer inesperado al que me dediqué con fruición, así estuvimos hasta la llegada de los postres, en un juego continuo de manos y pies del que excluíamos a Pilar.
Para cuando llegó el postre ya estábamos todos al límite de nuestra lujuria, Pere no se parecía en nada al chico tímido y posesivo al que había conocido, Joan respiraba entrecortadamente y un rubor insólito asomaba a sus mejillas. En cuanto a mí, qué decir de mí, la lascivia me corroía, podía notar cómo la humedad de mi sexo se derramaba por mis muslos, mi mano se negaba a abandonar el objeto de mi deseo, porque tengo que admitirlo, me moría de ganas de ver y lamer aquel miembro desconocido.
La carta de los postres me inspiró una idea que me pareció deliciosa, pedí cerezas y cuando el camarero me sirvió un plato con seis o siete cerezas, cubiertas por chocolate fondant, me levanté del sofá y pedí permiso a Pere para sentarme entre él y Pilar. Asombrado, me lo consintió, cogí una de las frutas y se la ofrecí sensualmente a Pilar, ella aceptó el juego, pícara, i deslizó su lengua por el chocolate que goteaba. Se se anticipó a mis movimientos, y cogiendo la segunda pieza la acercó a mis labios y, mientras yo me acercaba por un lado a la fruta que colgaba, seductora, de sus dedos, ella se acercó por el otro lado, convirtiendo el postre en un largo, dulce y chocolateado beso.
Pere ya había alcanzado mi entrepierna y se dedicaba a rozarme levemente y a animarme con la mirada a que me acercara a Joan. A mí todo aquello me empezaba a gustar y sin darme cuenta fui perdiendo el miedo a posibles repesalias, y me decidí a meterme de lleno en los pantalones de Joan para acariciar lo que ya era una erección con todas las letras, estaba duro, caliente, y sorprendentemente suave... ¡iba depilado! Fue un placer inesperado al que me dediqué con fruición, así estuvimos hasta la llegada de los postres, en un juego continuo de manos y pies del que excluíamos a Pilar.
Para cuando llegó el postre ya estábamos todos al límite de nuestra lujuria, Pere no se parecía en nada al chico tímido y posesivo al que había conocido, Joan respiraba entrecortadamente y un rubor insólito asomaba a sus mejillas. En cuanto a mí, qué decir de mí, la lascivia me corroía, podía notar cómo la humedad de mi sexo se derramaba por mis muslos, mi mano se negaba a abandonar el objeto de mi deseo, porque tengo que admitirlo, me moría de ganas de ver y lamer aquel miembro desconocido.
La carta de los postres me inspiró una idea que me pareció deliciosa, pedí cerezas y cuando el camarero me sirvió un plato con seis o siete cerezas, cubiertas por chocolate fondant, me levanté del sofá y pedí permiso a Pere para sentarme entre él y Pilar. Asombrado, me lo consintió, cogí una de las frutas y se la ofrecí sensualmente a Pilar, ella aceptó el juego, pícara, i deslizó su lengua por el chocolate que goteaba. Se se anticipó a mis movimientos, y cogiendo la segunda pieza la acercó a mis labios y, mientras yo me acercaba por un lado a la fruta que colgaba, seductora, de sus dedos, ella se acercó por el otro lado, convirtiendo el postre en un largo, dulce y chocolateado beso.
(Continuará)
