Sostenía una cerveza en la mano, mientras buscaba en la penumbra del bar una mirada que le hiciera estremecer. Dos chicos se besaban al fondo del bar, recorrió con deleite aquellos dos cuerpos que se movían al ritmo de la música y una punzada de placer se manifestó en su bajo vientre.
El más alto de los dos le miró, y pudo sentir el inicio de una erección, todavía leve, pero prometedora. No sabía cómo acercarse a ellos, pero en su pecho crecía el deseo y la promesa de una experiencia inolvidable.

Sin dejar de mirarle, aquel chico le susurró algo a su pareja, que asintió en silencio y se dirigió hacia mí. Medía alrededor de un metro setenta, era bastante delgado, y su pelo negro brillaba, engominado, bajo los focos ochenteros del bar de copas. Una vez frente a mí, miró de nuevo al chico alto durante un instante y acercó sus labios a los míos, mirándome suplicante, para que le besara.
Lo hice, tímidamente al principio, pero mi deseo era ya ingobernable, y acabé introduciendo mi lengua en su boca con furia, mordiendo sus labios cuando intentaba escaparse. Se presentó a sí mismo como Toni, y al chico alto, que nos miraba con una sonrisa en los labios, como Marco.
Tras decirme sus nombres, fue él mismo quien empezó a besarme el cuello, mientras me proponía al oído compartir su lecho durante aquella noche. Sin compromisos ni sentimientos, algo que quedaría entre los tres, al abrigo de unas sábanas inmaculadas, que ya habían sido testigos de otras tantas aventuras, que yo imaginaba excitantes. Mientras Toni me decía aquello, yo no podía apartar mis ojos de Marco, que seguía apoyado contra la pared, esperando, entre juguetón y expectante, mi respuesta.
No pude resistirme. Asentí con la cabeza y con la voz, mientras lanzaba un billete sobre la barra para pagar mi copa.