El sol de primavera les calentaba la piel, y el agua del lago las mecía suavemente. Ana propuso poner la sombrilla a un lado de la barca, y ambas se tumbaron debajo, completamente relajadas.
Con un gesto gatuno, Elena retiró el bikini de los pechos de Ana, dejando al descubierto sus pezones erectos y sus pequeños pero firmes senos. Besó la tersa piel y la recorrió con su lengua, perdiéndose en el dulce olor que el cuerpo desprendía. Se deslizó por el estómago, dejando un rastro de saliva junto a su ombligo, provocando que la piel se erizara.
Ana entreabrió las piernas y Elena deslizó los dedos entre sus muslos, se inclinó más y descubrió con su lengua el hinchado clítoris, el húmedo sexo palpitante, ansioso de caricias. Fue lenta como la tarde, explorando todos los rincones, sin vacilar nunca en el ritmo, y recibió el orgasmo de Ana con una sonrisa.
El beso que le dio después sabía como un trozo de cielo.
La próxima historia, el martes 26
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