La seda se desliza por tu rostro cuando te ato el pañuelo, y suspiras. Anticipas que será un juego divertido, a pesar de que no te suele gustar ponerte a mi merced. Sujeto fuerte la tela, no quiero que me puedas ver ni por la más mínima rendija.
Despacio, te voy desnudando, a la vez que me deshago yo también de mi ropa. Intento que mis movimientos sean lo más suaves posibles, para no descubrirte con los sonidos dónde estoy ni cual va a ser mi próximo movimiento.
Me acerco a ti y acerco mi boca a la tuya todo lo que puedo, pero sin tocarte. Respiro para que notes mi presencia, y tú estiras la cara para darme un beso. Pero la ventaja está de mi parte, y me retiro antes de que puedas alcanzarme. Después deslizo mi lengua por todos los lugares que se me ocurren: los hombros, las orejas, los pezones, el cuello, el ombligo, la barbilla... y al fin te beso, recibiendo toda el ansia que has acumulado.
Te abandono de nuevo para lamerte el sexo, despacio, disfrutando cada centímetro de piel ardiente y dura, recorriendo con mis dedos tus muslos, arañándote. Me siento a horcajadas sobre ti y te envuelvo en mi humedad, gimes desesperado, quieres tomar el control, así que me coloco erguida y dejo que te sientes y lleves el ritmo de la penetración, aunque la venda siga firmemente asentada sobre tus ojos.
Frenético, te mueves cada vez más deprisa hasta que el orgasmo te sacude y sin que me dé tiempo a replicar te deshaces de la venda y me miras jugetón:
- Tu turno.
La próxima historia, el martes 7 de mayo (voy a dejar de intentar publicar el domingo, pues está claro que nunca llego a tiempo)