Aquí puedes leer la primera parte, la segunda parte, la tercera parte, la cuarta parte y la quinta parte de la historia.
Él se queda quieto entre mis rodillas, así que tengo que darme la vuelta levantando una pierna, de forma que quedo completamente expuesta ante él. Cuando estoy colocada, noto cómo la postura provoca que se destense un poco la tela que me ciñe las muñecas y puedo mover más las manos, pero la nueva libertad dura poco, pues me coges de las caderas y me atraes hacia ti, provocando que las ataduras vuelvan a inmovilizarme.

- Shhh. No te muevas.
Tu voz es sensual, provocativa, me funde por dentro mientras vas bajando y me muerdes los pezones, suave al principio, más fuerte después, llegando al umbral del dolor. Siento que casi no puedo controlarme, que me muero por sentirte dentro de mí, pero tú alargas el momento, deslizando tu lengua por mi ombligo, para llegar de nuevo a mi húmedo sexo.
- Eres deliciosa.
Me dices mientras te arrodillas de nuevo entre mis piernas, agarrándome de las rodillas y obligándome a flexionarlas. Te colocas justo en la entrada de mi sexo, te inclinas hacia mí y me besas intensamente. De repente me muerdes y a la vez me penetras de golpe; el placer me invade y gimo tan fuerte que casi es un grito. Entonces empiezas a moverte sin dejar de besarme, cada vez más rápido, y siento que tu erección aumenta, noto como se tensan tus músculos, mantengo las piernas flexionadas y tensas bajo tus brazos, y te oigo gemir en mi boca.
Cuando estás a punto de correrte, hago un esfuerzo por liberar mis piernas y rodear tus caderas, acoplándome a tu ritmo y tensando los músculos de mi vientre. Te dejas hacer, y acabas derrumbándote sobre mí con un suspiro.
Me desatas las manos y nos quedamos a medio camino del abrazo, intentando normalizar el ritmo de nuestra respiración. Y justo antes de levantarme para abandonar tu habitación, me agarras la cara y, justo antes de besarme de nuevo, me dices:
- Creo que te volviste a mover cuando te pedí que te quedaras quieta...
Y yo me derrito ante la promesa que encierran tus palabras.
La fotografía, de nuevo, de Angel Place