
La próxima historia, el miércoles 19 de junio
Me meto en la ducha y dejo correr el agua ardiendo sobre mi cuerpo. Jabón, espuma, y la suave sensación de mis manos (las tuyas) en mi cuerpo, deslizándose por mi vientre, recorriendo mis muslos húmedos (es tu boca adentrándose en mi sexo impaciente, mordiendo, sorbiendo, derritiéndome, acunando mi deseo).
Terminé de quitarme el vestido dejándolo caer al suelo, y luego me deshice del tanga. Despacio, por las piernas, ofreciéndote mi cuerpo, mi sexo húmedo de placer. Podía notar la excitación que flotaba en el ambiente, casi como si fuera un objeto más en la habitación.
Me acariciaba para ti, que hablabas con mi marido intentando evitar que tu mirada se posase en mi cuerpo desnudo. Me tocaba para ti. Él no podía verme desde el sofá, sólo tú eras testigo de mi cuerpo ansioso de caricias. Léntamente, mis manos rodaron por mi vientre, rodeando el ombligo, para seguir su camino hacia lo más recóndito de mi ser, llegando a la ingle. Me senté en la cama y abrí las piernas para que me vieses morir de placer. Mis dedos hábiles se paseaban por mi sexo, y ligeros gemidos de placer llenaban la habitación. Sólo tú podías verme, y era como si a través de tu mirada pudieses tocarme, cumplir todo aquello que deseabas.
Ya no eran mis dedos los que me acariciaban. No eran mis manos las que pellizcaban mis pezones. Eras tú quien llenaba el vacío de mi pasión, amándome como si el abismo insalvable del pasillo no existiera. Intensifiqué el ritmo de mis caricias, provocándome una oleada de placer que te atrapó y te empapó de mí. Lamí con delicadeza mis dedos mojados y tras descansar unos instantes y normalizar mi respiración, me puse el vestido que me habías regalado, notando rozar la tela por mi cuerpo desnudo.