
entre mis brazos los tuyos,
arañarte la espalda,
jadearte en el oído,
sentirte penetrándome.
Deseo...
piernas abiertas al infinito,
lamer tu sexo inquieto,
acariciar tu cuerpo,
ansiarte una y otra vez,
fuego eterno que no consume.
La pereza que hace años sentía por desvestirse se había cambiado por la reticencia a levantarse y abandonar el lecho en el que tanto había disfrutado.
Rememoró las caricias tímidas, sus pezones alzándose desafiantes, su cuerpo ansioso, su sexo húmedo. Volvió a sentir el sabor amargo en sus labios, el pene erecto en su boca, la lengua recorriendo sus otros labios.
Y mientras pensaba, una mano recorre la curva del muslo cómplice, deteniéndose en ese culo tantas veces agarrado con pasión, sintiéndose de nuevo excitada. Casi sin darse cuenta, rozó con su pelo la nuca de su amante y apretó el pecho contra su espalda.
Él despierta y la mira con el brillo del deseo en los ojos. Un beso, húmedo y largo, sella la petición: Ámame, que me da pereza volver al mundo real.