
Hay un fantasma que me visita cada noche.
Se acerca a mí cuando duermo y deja caer en mis oídos palabras ardientes que me desvelan. Roza mi cuello con su aliento, cálido y húmedo, estremeciéndome.
Se tumba a mi lado y me acaricia el vientre, recorriendo lentamente cada centímetro de mi piel de gallina; y yo gimo, notando cómo se mojan mis muslos, sintiendo fluir el erotismo por mi cuerpo.
Se sabe deseado, pero quiere más; desea mi locura y mis gritos. Su paciencia es infinita. Juega conmigo, acercando su lengua a mis pezones, rodeándolos, lamiendo mis labios, mordiéndolos. Tiene una eternidad de la que yo carezco, un tiempo que a mí se me escapa entre anhelos.
Hay un fantasma que me visita cada noche. No puedo tocarle ni verle, pero cada vez que hunde su boca en mi sexo me condena a través de los orgasmos que me ofrece. Me convierte en un ser entre la vida y el sueño, que no duerme, porque sueña; que no vive, porque espera.
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Se acerca a mí cuando duermo y deja caer en mis oídos palabras ardientes que me desvelan. Roza mi cuello con su aliento, cálido y húmedo, estremeciéndome.
Se tumba a mi lado y me acaricia el vientre, recorriendo lentamente cada centímetro de mi piel de gallina; y yo gimo, notando cómo se mojan mis muslos, sintiendo fluir el erotismo por mi cuerpo.
Se sabe deseado, pero quiere más; desea mi locura y mis gritos. Su paciencia es infinita. Juega conmigo, acercando su lengua a mis pezones, rodeándolos, lamiendo mis labios, mordiéndolos. Tiene una eternidad de la que yo carezco, un tiempo que a mí se me escapa entre anhelos.
Hay un fantasma que me visita cada noche. No puedo tocarle ni verle, pero cada vez que hunde su boca en mi sexo me condena a través de los orgasmos que me ofrece. Me convierte en un ser entre la vida y el sueño, que no duerme, porque sueña; que no vive, porque espera.
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