
El tejido se ciñe, aprisionando mis pechos, marcando los pezones erectos y dispuestos, impidiéndome los movimientos bruscos, convirtiéndome en la gata negra que deseo ser para ti.
Siento en mi entrepierna el calor del látex, alimentado por mi excitación al ver cómo me observas acercarme, golosa, taladrando tus pupilas con miradas libidinosas, prometiéndote humedades, aventurándote noches inolvidables.
Las botas dejan al descubierto mis muslos, contraste de blancos y negros sin gris, suaves como la tela que cubre mis nalgas, provocativos como mis labios, enrojecidos y brillantes de deseo.
Siento en mi entrepierna el calor del látex, alimentado por mi excitación al ver cómo me observas acercarme, golosa, taladrando tus pupilas con miradas libidinosas, prometiéndote humedades, aventurándote noches inolvidables.
Las botas dejan al descubierto mis muslos, contraste de blancos y negros sin gris, suaves como la tela que cubre mis nalgas, provocativos como mis labios, enrojecidos y brillantes de deseo.
En un susurro, grave y solemne, me pides que me acerque a cuatro patas, para subir por tus piernas hasta tu pene, para lamerlo, mirarte desde abajo y mostrarte mi escote desde tu privilegiada posición. Y obedezco, porque me gusta enardecerte, estimular tu imaginación y tu lascivia. Y te inflamas de poder, pensando que obedezco tus designios cual esclava dócil y sometida. Y no sabes que estas haciendo lo que más me gusta; ignoras que soy yo la que te guía a través de los caminos que me deleitan. Inocente, desconoces que eres mi siervo. Ahora y siempre.