La noche caía tras las ventanas del autobús. En breve, no quedaría ya nada por ver allá fuera, pero a mi lado, un chico joven y sonriente prometía ser entretenimiento suficiente para ese largo viaje. Me recosté en el asiento, dejando caer disimuladamente mi mano sobre el regazo de mi acompañante. Para mi placer, pude percibir una dureza inusual en su entrepierna, y sentí cómo clavaba sus hermosos ojos azules en mis hombros descubiertos. El vello de mi nuca se erizó al pensar en mis labios recorriendo el bajo vientre de ese desconocido, y él pareció entenderlo, porque antes de darme cuenta su bragueta se había abierto y estaba acariciando la carne trémula de su miembro.
La lujuria que latía en mi sexo estaba haciendo bien su trabajo, y mi compañero de juegos lo estaba pasando en grande; me moría de ganas de besarle, pero simplemente le rocé la oreja con la lengua suavemente y me incliné dispuesta a proporcionarle la mejor de las sensaciones. Mientras mis labios se contraían rítmicamente él deslizó su mano por debajo de mi falda y apartó con gracia mis braguitas para deslizar suavemente sus dedos por mi sexo. No recuerdo el tiempo que pasamos masturbándonos y besándonos al amparo de la oscuridad de la noche, sólo sé que mientras se dibujaba el amanecer tras las montañas tuve el orgasmo más deseado de mi vida, mientras apretaba con fuerza sus manos contra mi entrepierna y mordía su cuello, en un intento de que no se oyeran mis gemidos.
Nos despedimos en Barcelona, intercambiando promesas y teléfonos que perderíamos en algún lugar recóndito de nuestras memorias.
La lujuria que latía en mi sexo estaba haciendo bien su trabajo, y mi compañero de juegos lo estaba pasando en grande; me moría de ganas de besarle, pero simplemente le rocé la oreja con la lengua suavemente y me incliné dispuesta a proporcionarle la mejor de las sensaciones. Mientras mis labios se contraían rítmicamente él deslizó su mano por debajo de mi falda y apartó con gracia mis braguitas para deslizar suavemente sus dedos por mi sexo. No recuerdo el tiempo que pasamos masturbándonos y besándonos al amparo de la oscuridad de la noche, sólo sé que mientras se dibujaba el amanecer tras las montañas tuve el orgasmo más deseado de mi vida, mientras apretaba con fuerza sus manos contra mi entrepierna y mordía su cuello, en un intento de que no se oyeran mis gemidos.
Nos despedimos en Barcelona, intercambiando promesas y teléfonos que perderíamos en algún lugar recóndito de nuestras memorias.
